miércoles, 2 de abril de 2025

La cuarta tensión creativa de García Línea.

El Socialismo Comunitario  del Vivir Bien.

Una última tensión que impulsa la dialéctica y el proceso de nuestra revolución, es la contradicción creativa entre la necesidad y voluntad de industrialización de las materias primas, y la necesidad imprescindible del Vivir Bien entendido como la práctica dialogante y mutuamente  vivificante con la naturaleza que nos rodea. 

Veamos primeramente el tema de la industrialización.  

La nacionalización de los recursos naturales no puede completarse y expandirse si no se pasa a una segunda fase que es la industrialización de esos recursos. Se trata ciertamente de un tema de mejora en los ingresos del Estado pues los productos industrializados y semiindustrializados son portadores de un mayor valor agregado con el potencial de beneficiar económicamente al país en mayor medida a la actual simple exportación de materias primas. Pero además, la industrialización crea una capacidad productiva nacional, un manejo tecnológico y un conjunto de saberes científicos que dan al país una base para impulsar crecientes variedades de actividades industriosas, intensivas en tecnología y mano de obra, que podrán transformar la rezagada infraestructura laboral primario–exportadora. 

La industrialización de las materias primas es una antigua demanda popular emergente de la dolorosa constatación que a lo largo de 500 años Bolivia aportó al mercado mundial  ingentes cantidades de materias primas, dando lugar a emporios industriales y al crecimiento acelerado de las economías receptoras, pero dejando al país inerme y en la pobreza económica. Por eso es que durante los años 2006-2009, el Gobierno de los Movimientos Sociales se lanzó rápidamente a nacionalizar las empresas estatales anteriormente privatizadas del sector hidrocarburífero (YPFB), Huanuni, Vinto, ENTEL, ENDE. 

Hoy, la mayoría, empresas públicas consolidadas pese a las dificultades de contar con personal técnico capacitado, la mayor parte inclinado a la actividad privada por el nivel de los salarios. Y a partir del año 2010, se inició la segunda etapa del proceso nacionalizador, consistente en la industrialización misma. 

No es fácil avanzar, en primer lugar, porque no tenemos experiencia en ello, se trata de un proceso novedoso en el que hay que ir aprendiendo al mismo tiempo en que se lo realiza. En segundo lugar, porque es un proceso costoso y por tanto se requieren inversiones muy grandes, posiblemente las mayores de toda la historia económica del país. Una petroquímica, por ejemplo, cuesta cerca de 1.000 millones de dólares, una termoeléctrica grande, entre 1.000 a 3.000 millones de dólares, cantidades nunca antes imaginadas por el país. Y en tercer lugar, porque se trata de un proceso largo, pues mínimamente se requieren de al menos 3 años para ver funcionar las industrias más pequeñas, 5 o 6 las medianas y 10 años o más, las más grandes.  

El Gobierno ya tomó la decisión de industrializar el gas, minerales como el litio, el hierro, y algunas reservas de agua. Cada una de esas actividades productivas requiere mucho esfuerzo, tiempo y dinero, pero al final una vez puestas en marcha son ellas las que permitirán multiplicar los ingresos monetarios del país por tres, por cinco o más logrando una base duradera para mejorar salarios, construir más infraestructura, mejorar los bonos a los niños, a los ancianos, a las mujeres, etc. Esta es una de las mayores demandas históricas del pueblo boliviano como también lo fueron la plurinacionalidad y la autonomía, y nuestro Gobierno la asume como un reto a cumplir lo más pronto posible.  

Algunos intelectuales políticamente erráticos han intentado interpretar este proceso de construcción de empresas públicas como un tipo de capitalismo de Estado, que no contribuiría a consolidar una mirada comunitarista. Cometen un terrible error conceptual que encubre  un conservadurismo político sin excusa. Se trata de un falso debate porque el capitalismo es,  por definición, usufructo del trabajo ajeno para la acumulación de riqueza privada.

Durante  el capitalismo de Estado de los años 50, las empresas estatales se utilizaron para el beneficio de ciertos grupos particulares, de una clase burocrática que usufructuó personalmente de esos ingresos y los transfirió a otros sectores empresariales, intermediarios, hacendales, etc. Por el contrario, los procesos de industrialización que está impulsando el Estado Plurinacional lo que hacen es, en primer lugar, generar un tipo de valor, en algunos casos bajo la forma de renta, que no se acumula privadamente ni se usufructúa dispendiosamente de manera privada. Esto marca una diferencia estructural con las experiencias previas de capitalismo de Estado. Pero además, el Estado Plurinacional que redistribuye la riqueza acumulada entre todos los sectores sociales, simultáneamente prioriza el valor de uso y la necesidad por encima del valor de cambio, es decir, la satisfacción de necesidades por encima del lucro y la ganancia.  

Es el caso de los servicios básicos declarados como un derecho humano y por tanto objeto de acceso en función a su necesidad y no a su rentabilidad, lo que lleva a políticas de subvención. El acceso al agua está subvencionada, lo mismo el crédito a los pequeños productores, y el Estado también compra productos agrícolas para garantizar soberanía alimentaria y su venta a precio justo. En ese caso, los precios para que los consumidores accedan a esos productos no se regulan por su valor-mercantil capitalista sino por su valor de uso. Entonces el Estado, a través  del excedente generado en la industrialización, comienza a desprenderse gradualmente de la  lógica capitalista de la apropiación privada como norma económica e introduce expansivamente la lógica del valor de uso, de la satisfacción de necesidades, de fundamento comunitario y  comunista, como principio rector de actividades económicas. 

Hablamos por tanto de otro régimen social en construcción con avances y retrocesos,  eso es lo que estamos haciendo, potenciando al Estado como el mecanismo de generación de riqueza, no para la acumulación de una clase sino para su redistribución en la sociedad, especialmente entre los más humildes, los más pobres y los más necesitados, que son el alma, el  sentido profundo y el norte final de todas nuestras acciones como Gobierno. 

Pero a la vez, esta fuerza económica de generación de excedentes a ser redistribuidos  entre la sociedad entera y utilizados para potenciar el valor de uso no capitalista genera un  conjunto de efectos, de agresiones a la madre naturaleza, al medio ambiente, a la tierra, a los  bosques, a los cerros, daños que a la larga afectan irremediablemente al propio ser humano.  

Toda actividad industriosa tiene un costo natural, siempre ha sido así pero lo que hace  el capitalismo es subordinar las fuerzas de la naturaleza, retorcerlas y degradarlas al servicio  del valor de cambio, de la ganancia privada, no importándole si con ello se destruye el núcleo  reproductivo de la propia naturaleza. En el fondo el capitalismo es suicida pues en su acción  devoradora y devastadora destruye la naturaleza y a la larga también al ser humano. Nosotros  tenemos que eludir ese destino fatal, y ahí la fuerza de la comunidad agraria se presenta como  un horizonte, como un principio ordenador de la relación entre las necesidades del ser humano  y las de la naturaleza como totalidad viva. 

Las fuerzas productivas comunitarias y la ética laboral agraria incorporan una mirada  distinta a la lógica capitalista respecto a cómo vincularnos con la naturaleza. Nos proponen ver  a las fuerzas naturales como componentes de un organismo vivo, total, del que el ser humano  y la sociedad son tan sólo una parte dependiente y que por tanto el usufructo de sus potencias  productivas naturales, entendidas como tecnologías y saberes sobre la naturaleza, deben darse  en el marco de una actitud “dialogante” y re-productora de esa totalidad natural.  

Las formas comunitarias han desplegado una tendencia de una otra forma social del  desarrollo de las fuerzas productivas en las que la naturaleza es concebida como la prolongación  orgánica de la subjetividad humana, que se debe velar para su continuidad creadora pues de esa  manera se garantiza también la continuidad de la vida humana para las siguientes generaciones. 

“Humanizar la naturaleza y naturalizar el ser humano" proponía Marx como alternativa al suicidio social y a la destrucción de la naturaleza impulsada ciegamente por la lógica  capitalista de la valorización del valor. A eso le llamaba Marx el comunismo, la realización de  la lógica total del ”valor de uso” de la naturaleza en el ser humano y del ser humano realizado  en la naturaleza. En eso consiste el Vivir Bien: en utilizar la ciencia, la tecnología y la industria  para generar riqueza, de otra manera con qué se podrían construir carreteras, levantar postas  sanitarias, escuelas, producir alimentos, satisfacer las necesidades básicas y crecientes de la sociedad. 

Pero a la vez necesitamos preservar la estructura fundamental de nuestro entorno natural para nosotros y las generaciones que vendrán, que tendrán en la naturaleza la realización  de sus infinitas capacidades para satisfacer sus necesidades sociales.  

Industrializar sin destruir el fondo estructural del entorno natural-social de la vida,  preservar las capacidades naturales para las futuras generaciones de todos los seres vivos pero  a la vez producir riqueza para satisfacer las actuales necesidades materiales insatisfechas de la  población, esa es la tensión, la contradicción viva que nos plantea el presente que no puede ser  respondida por el capitalismo como tal, que sólo se preocupa por la riqueza material a costa de  la destrucción de la riqueza natural, y además para el aumento de la ganancia de unos pocos,  la ganancia privada de una clase social.  

Necesitamos industrializarnos pero también cuidar la naturaleza y preservarla para los  siguientes siglos. El capitalismo la depreda, la destruye, la utiliza con fines de lucro y no para la satisfacción de las necesidades.  

Esta tensión creativa es la que el Presidente Evo ha llamado el socialismo comunitario  del vivir bien, la satisfacción de las necesidades materiales humanas mediante el diálogo vivificante con la naturaleza, preservándola para preservar también el destino y el bienestar común  de las futuras generaciones de todos los seres vivos.  

La inclinación hacia el industrialismo desbocado lleva a la reproducción de la dinámica  depredadora y a la conversión de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas de la sociedad  y de toda la naturaleza, y a su vez, la actitud contemplativa de la naturaleza lleva a la preservación de las carencias materiales de la sociedad, y en ambos casos, a la continuidad del proceso  de producción y reproducción capitalista de los seres humanos. En cambio, vivir la tensión permanentemente, desplegando las capacidades técnicas del conocimiento que afectan el entorno  natural pero que también son capaces de reproducir el fondo estructural de ese entorno natural  es el gran desafío para eludir y superar las formas ”grises” o ”verdes” de la vorágine capitalista.

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